01 Oct Daniel Hernandez
Período de residencia: octubre-noviembre 2020
Residencia realizada en colaboración con Derek Van Den Bulcke
El flamenco en devenir
Dani Hernández y Derek Van Den Bulcke compartieron, en nuestro programa de residencias, su proceso de investigación en el que difuminan los límites académicos y consensuados del flamenco ortodoxo.
Sonido y movimiento establecen un diálogo lleno de preguntas y abismos, en el que con una mano agarran el legado del flamenco y con otra expanden sus fronteras. Unas fronteras que por otra parte han estado en constante movimiento, no solo porque el flamenco es una expresión artística que proviene de una comunidad errante -la gitana- sino porque como dice Didi-Huberman -la morfología de toda forma de arte depende de sus migraciones y su supervivencia en un tiempo de larga duración.
Dani y Derek exploran elementos como la contradicción, intrínseca en el flamenco, -entre control y catarsis, éxtasis y quietud, violencia y dulzura- rompiendo melodías y ritmos con el movimiento, disolviendo el cante en ritmos electrónicos, emplazando una guitarra eléctrica en lugar de la española, o el suelo de cemento en lugar del tablao. Con su dispositivo nos sumergen en un viaje politemporal que nos hace replantearnos la esencia de la raíz y la mística de lo auténtico.
Si el flamenco precisa de un paisaje (aunque sea subterráneo, como en el caso de los cantes mineros), si requiere hundir sus raíces en un territorio geográfico y cultural concreto. ¿Qué sucede, si tiene que vivir en un tiempo de urbe y desarraigo como es el caso de estos artistas? No puede acaso el “duende”, desaparecido de las calles de los barrios gitanos, harto de su encierro en los tablaos para turistas, y en las academias, perderse en las raves y en los clubs de cualquier capital? ¿No será que necesita, en su devenir, encarnar nuevas gestualidades que incorporen el ruido y el loop que son el paisaje sonoro de nuestra época?
Esta investigación trabaja tanto con lo estético como con lo político, ya que se apropian de una cultura no como pertenencia sino como un pro-común al que alimentar con la experiencia propia, reescribir colectivamente su normatividad y conformar en torno a ella una comunidad más amplia y de nuestro tiempo.